La Cartagena Oil Refining Company. Primera refinería en Colombia

Por Orlando Cabrales Martínez.

La onda sísmica causada por la irrupción del chorro de petróleo crudo en Titusville, Pensilvania, el sábado 27 de agosto de 1859, se propagó no solamente en los Estados Unidos de Norteamérica sino en otros países, y en el nuestro con gran intensidad. Lo anterior no debe entenderse como que en esa fecha el taladro del “Coronel” Edwin L. Drake haya descubierto el petróleo, puesto que el “aceite mineral” y sus emanaciones naturales se conocían desde los orígenes de la humanidad, tal como ocurrió en el delta de los ríos Tigris y Éufrates, región en donde no sólo se consolidaron esos orígenes, sino también la existencia de múltiples brotes de gas y petróleo, dando nacimiento a incendios o explosiones, así como a intensos olores difíciles de soportar. Existen muchas narraciones antiguas que dan testimonio de cómo en las distintas civilizaciones esta preciosa sustancia fue utilizada para alumbrar, impermeabilizar embarcaciones, elaborar medicamentos, hasta llegar a convertirse en material bélico que al ser lanzado en la punta de flechas encendidas provocaban la destrucción de vidas humanas y de los elementos de guerra del enemigo.

Los primeros levantamientos geográficos realizados en Colombia para la localización de los recursos minerales, formaron parte del trabajo emprendido por la Expedición Botánica, dirigida por José Celestino Mutis. En cuanto a la región vecina a Cartagena, el científico alemán Alexander von Humboldt visitó hace dos siglos los volcanes de Turbaco y, luego de describir la riquísima y variada vegetación de los alrededores de los “volcancitos”, concluyó que “el gas desprendido no contiene un medio centésimo de oxígeno. Es un gas ázoe más puro que el preparado generalmente en el laboratorio”.

Al revisar el informe que sobre la industria del petróleo presentara el doctor Diego Martínez Camargo a la Comisión de Hidrocarburos del Senado, el 12 de noviembre de 1927, menciona el industrial la participación del geólogo William Farkhuar en las exploraciones petroleras efectuadas en el departamento de Bolívar, por mediación del general Francisco Burgos, durante la administración de don Miguel Antonio Caro. Sobre este geólogo dice don Diego: “La intimidad con él durante tres años y su extensa biblioteca nos descubrieron los misterios de la industria. Compré los terrenos que Humboldt, el gran geólogo del siglo xix, estudió primeramente en Colombia y sobre el cual sus notas de viaje se traspapelaron y confundieron, lo que le hizo escribir erradamente que las emanaciones de los volcanes de Turbaco eran de ázoe”. Y continua don Diego:

Siendo idénticos los campos de Turbaco de Cartagena a los americanos de Ohio y Nueva York y a los rusos de Baku, ¿Cómo es que hay hidrocarburos en unos y ázoe en el de Turbaco? Este interrogante llevó a Humboldt a suplicarle a su discípulo, el general Joaquín Acosta, que se trasladase a Cartagena y despejara esa incógnita. Como el ázoe apaga la llama y el hidrocarburo la incendia, ningún trabajo le costó al general Acosta decirle que allí lo que había era petróleo.

Otro antecedente importante en este sentido es el que consigna don Diego Martínez cuando dice que “allá por el año de 1890, visitó Lorica, al hogar de la familia Martínez Recuero, don Jorge Isaacs, después de haber recorrido la Costa baja en busca de minas de carbón. Alguien le debió hablar de las minas de San Sebastián, a dos millas de Lorica, y él hizo limpiar el cráter y se encontró petróleo. En las veladas de familia dejó el contagio del petróleo y desde entonces nos acostumbramos a hablar de petróleo”. Desde ese momento la familia Martínez, liderada por don Diego, volcó sus sueños, sus ahorros y su dedicación a la búsqueda, explotación y refinación de ese nuevo elemento que modificó el bienestar de la humanidad y colocó a Colombia como uno de los países que iniciaron más temprano dicha revolución.

Como consta en su relato, don Diego tomó parte en muchas expediciones geológicas y visitó campos petroleros y refinerías, de las que analizó a fondo tanto los aspectos técnicos como los financieros: “Yo he recorrido los campos extranjeros de Port Arthur y Beaumont en Texas; Jennings en Louisiana; de Etna y Mac Kees Rock en Pensilvania, de Coropolis y Beaver Fall en Ohio; de la Brea Lake en Trinidad, los de Cuba y los de México”.

Así, el 8 de abril de 1905, don Diego, obrando en nombre de Diego Martínez y Compañía, celebró con el Gobierno Nacional (bajo la administración del general Rafael Reyes) un contrato en virtud del cual adquirió y contrajo los siguientes derechos:

  1. a) Privilegio por veinte años, contados a partir del 2 de mayo de ése año, para establecer fábricas y refinerías en los departamentos de Antioquia, Bolívar y Magdalena, en una extensión comprendida entre el litoral Atlántico y cincuenta kilómetros contados desde la orilla del mar.
  2. b) Construir, únicamente para el servicio de la empresa, muelles y desembarcaderos en el litoral Atlántico y en los ríos que desemboquen en el mar, vías férreas, caminos, canales, tuberías, telégrafos y teléfonos entre las dependencias de la empresa, y tener, únicamente con ese fin, buques de vela o de vapor. La construcción de aquellas obras no se puede realizar sin previo estudio y aceptación de los planos respectivos, por parte del Gobierno.
  3. c) Exención de impuestos especiales de carácter nacional o departamental, en favor de la empresa.
  4. d) Facultad de introducir del exterior petróleo bruto en caso de que la compañía no pueda obtenerlo en el país, y garantía de que se mantendrá una diferencia no menor de cuatro centavos el kilogramo, entre el gravamen aduanero del petróleo bruto y el mismo del petróleo refinado.
  5. e) Facultad de organizar una o más compañías para cumplir los fines de dicho contrato, de traspasar, previo permiso del Gobierno, los derechos y obligaciones emanados de tal contrato.

Así mismo, adquirió los siguientes deberes:

  1. Invertir en los cinco años siguientes al 2 de mayo de 1905, en una o más fábricas de refinar petróleo, la suma de $250.000 oro, o más, si fuere necesario, para abastecer al país de un artículo puro, apropiado para el alumbrado y con 1500 de poder, por lo menos.
  2. Ceder al país el 5 por ciento del producto bruto de la explotación de la empresa.
  3. Durante los últimos diez años, recibir en los talleres de la empresa hasta doce alumnos, por el tiempo que necesiten para aprender prácticamente la construcción de pozos artesianos y el uso y manejo de los alambiques y demás aparatos para refinar petróleo y utilizar el gas natural para alumbrado y calefacción.

Los compromisos adquiridos con la firma de este contrato fueron el reto que puso a prueba la capacidad de ejecución de estos intrépidos empresarios, pues a pesar de desarrollar actividades nuevas en nuestro país tuvieron los siguientes resultados:

En 1906 funda don Diego Martínez junto con capitalistas de la Beaumont Texas, la “Martínez Oil Company” con el objeto de perforar en los alrededores de los volcancitos de Turbaco. El intento fue un rotundo fracaso porque la maquinaria no era técnicamente la más adecuada, y porque en 1910 muere asesinado el vicecónsul norteamericano MacMaster. En 1908 se funda la Cartagena Oil Refining Co., sociedad anónima, con un capital de 50.000 pesos oro. En 1909 se inicia la operación de la Cartagena Oil Refining con petróleo crudo importado y una capacidad de 400 barriles diarios. En 1913 surge un nuevo ente jurídico llamado Compañía Explotadora de Petróleo, que contó con las tierras pertenecientes a don Diego Martínez y Cía., las cuales habían sido adquiridas a lo largo de muchos años con la doble finalidad de fortalecer el negocio de la ganadería y de asegurar el subsuelo para la búsqueda del petróleo, ya que, en ese entonces, quien era dueño del suelo lo era, asimismo, del subsuelo. También se incorporaron a la Explotadora todos los contratos de concesiones hechos con municipios tales como Turbaco, San Andrés de Sotavento, Lorica, Toluviejo, Purísima, Cereté, etc. En total, la Explotadora de petróleo contó con 71 posesiones o denuncios de minas obtenidas de acuerdo a la ley vigente. Cosa similar ocurría con un grupo de empresarios sinuanos que, liderados por los generales Francisco Burgos Rubio y Priscilario Cabrales Lora, fundaron la Compañía Explotadora de Petróleo y Carbón del Sinú y Sabanas, a la que se le incorporaron los bienes de Manuel Burgos y Compañía y los de Prisciliano Cabrales. Estos dos próceres sinuanos, junto con Diego Martínez, constituyeron el triunvirato “que luchó y se la jugó toda, hasta arruinarse por sus anhelos, para el mejoramiento económico de su región y de la nación”, como dice el mismo Prisciliano Cabrales.

CARTAGENA CALLES

Una breve descripción de la refinería y de su actividad técnica y comercial; utilidades, participación o tributación al Estado, así como demandas contra ella y sus respectivas defensas, están contenidas en tres documentos:

Los informes presentados por el gerente de la Cartagena Oil Refining Co., Diego Martínez Camargo, a los asistentes a las Asambleas de Socios celebradas el 7 de septiembre de 1919 y el 15 de septiembre de 1921. La intervención hecha por el doctor Pedro M. Carreño ante la Corte Suprema de Justicia, como apoderado de la Cartagena Oil Refining Co., en el juicio contra la Nación, para solicitar la revocatoria de una resolución que obligaba en forma arbitraria a cancelar una cuantiosísima suma por parte de la compañía refinadora a la Nación. El alegato oral del vocero de la refinería, doctor Benjamín Martínez Capella, ante la Corte Suprema de Justicia, en la Audiencia Pública del 21 de marzo de 1923 por el mismo motivo del punto anterior. Como se mencionó anteriormente, el 8 de abril de 1905 se celebró un contrato entre Diego Martínez & Compañía y la Nación, en virtud del cual la primera adquirió el privilegio, por veinte años, para establecer fábricas y refinerías en los departamentos de Antioquia, Bolívar y Magdalena. Dichos derechos fueron transferidos a la Cartagena Oil Refining Co., entidad fundada en 1908, como ya se mencionó. Para acometer el proyecto de refinación comenta don Diego: “Yo venía estudiando las refinerías de La Habana y de Matanzas, y mis memorándum me sirvieron para redactar el contrato. Notando oscura la redacción de una de sus cláusulas más importantes regresé a Palacio para aclararla, pero el general Reyes, que nunca creyó en la tal refinería me dijo: ‘Ni usted ni yo sabemos de eso. Ponga usted a andar su fábrica que después veremos cómo se regula su marcha’; y con una sonrisa de bondad y de duda me despidió”. Este incidente no desanimó a don Diego en su empeño por construir la refinería. Por el contrario, cuando dos años más tarde el general Reyes visitó Cartagena, le preguntó con sorna al empresario: “Dieguito, ¿dónde está su fábrica? Y yo desde la ventanilla del tren le señalaba, ‘Vea, donde se levantan las paredes’”.

Finalmente, en abril de 1909 inició operaciones la refinería, localizada en la entrada al barrio Bocagrande, en un sitio denominado El Limbo, en donde actualmente está localizado el Hospital Naval. La refinación diaria de cuatrocientos barriles de petróleo importado de los Estados Unidos producía kerosene que era fundamentalmente utilizado para alumbrado y proveía también de gasolina, lubricantes y combustible para máquinas, y el residuo de la destilación se mezclaba con arena para ser usado en el arreglo de calles y caminos. Los productos eran envasados en latas de cinco galones y vendidos en cajas de dos unidades. En el primer año, dice don Diego,

Trabajamos con $50.000 pesos oro y nos ganamos $50.000 que dejamos en fondo para agrandar la fábrica. Con 100.000 pesos oro, pues, dimos al país durante doce años todo el petróleo refinado, la gasolina, la bencina, el fuel oil de motores, la vaselina y el asfalto que necesitó para su consumo, y se lo dimos de la mejor calidad. Durante esos doce años liquidábamos utilidades de cien mil pesos y entregábamos semestralmente a la nación el cinco por ciento de las utilidades.

Acto seguido, añade sobre la administración:

Allí, en esa empresa, no hubo sino un experto americano, que a los cinco años se aburrió de viajar a nuestro país y se retiró después de haber sido un modelo de empleado, que con su consejo dejamos andando la fábrica con empleados colombianos. Fue con capital colombiano y con empleados colombianos que trabajó con la exactitud y el orden de un cronómetro durante doce años esa empresa que puede exhibirse como un modelo. Don Rufino Gutiérrez, así como los demás inspectores que envió el Gobierno, hicieron calurosos elogios del orden en la administración y en la contabilidad. Pudo llamarse la Standard de Colombia, y así se hubiera llamado sin la intervención de nuestros gobiernos paternales.

El desempeño de la refinería en los aspectos técnicos, administrativos y económicos fueron a lo largo de su vida muy exitosos, aun durante el “bajonazo” sufrido como consecuencia de la guerra europea, el cual, lógicamente, la impactó no sólo por el alto costo y la escasez del petróleo crudo, sino también por la disminución del poder adquisitivo del mercado.

La administración de la refinería fue excelente, tal como se desprende del testimonio escrito de don Diego Martínez. En lo técnico, su capacidad inicial fue de 400 barriles por día, sin embargo, tal como lo afirma su gerente y representante legal en los informes a las asambleas de socios, sus ventas alcanzaron en forma sostenida un volumen de 800 barriles por día en sus últimos años.

El capital de la sociedad llegó en 1910 a 253.000 pesos oro, proporcionándole unas finanzas fuertes y líquidas, lo que le permitió a lo largo de su existencia obtener utilidades. Simultáneamente mantuvo un criterio de inversión de largo plazo y su política de repartición de dividendos fue austera y previsiva, teniendo siempre como objetivo principal la consecución de la materia prima nacional. Esfuerzo al que sus principales socios dedicaron grandes recursos económicos, a la postre infructuosos.

TORRE DEL RELOJ CARTAGENA

Durante los primeros años de operación, cuando tanto el mercado del producto como el del petróleo crudo internacional se desarrollaban tranquilamente, la refinería obtenía utilidades cercanas a los 45.000 pesos oro semestrales. Al estallar la guerra las utilidades bajaron considerablemente, hasta finales del año 1919, cuando regresaron a los antiguos niveles de utilidad. De allí en adelante los resultados sobrepasaron las expectativas, situándolos en cerca de 98.000 pesos oro por semestre.

El 7 de septiembre de 1919, refiriéndose a la difícil situación que se afrontaba desde años atrás, don Diego informa a los accionistas que: “En agosto de 1912 valía la caja de crudo (10 galones) $1.14; en marzo de 1913, $1.45; en septiembre de 1913, $1.57; en abril de 1915, $2.50; en marzo de 1916, $2.50; en septiembre de 1917, $3.57”.

El aumento vertiginoso del precio de la materia prima no estuvo acompañado del adecuado aumento de precio de los productos y, como resultado, los márgenes disminuyeron en forma considerable. Un resumen del deterioro se entiende al considerar que en abril de 1915 se obtenía un margen de $1.80 por la compra de petróleo crudo a $2.50 para luego venderlo refinado a $4.30; y en septiembre de 1917 los márgenes disminuyeron a $1.43 al comprar crudo a $3.57 y vender refinado a $5.00. En septiembre de 1919 el negocio mejoró al obtenerse márgenes de $2.40 por la venta del refinado a $6.00, cuando se había comprado el crudo a $3.59.

Durante la guerra, la compañía refinadora no repartió dividendos por temor a que se les cortara el suministro de la materia prima y, a cambio, acumularon el fondo de reservas cuyo monto alcanzó a tener $389.155. En el análisis realizado por el gerente, éste manifiesta que luego de tomar todas las apropiaciones necesarias para el buen manejo de las finanzas, entre ellas las de pagar “la cuenta de los pozos de Turbaco (secos) por valor de $85.216 oro americano, quedaba una suma a repartir a los accionistas de $126.875”. Sin embargo, don Diego, sin dejarse embriagar por la bonanza que atravesaba la compañía, entiende perfectamente el futuro y les dice a los accionistas:

que nuestra labor no debe limitarse al statu quo, pues la pasividad continuada puede ocasionar un desastre, hoy que se muestra una actividad febril en grandes compañías de petróleo que vienen a nuestro país. Pensaba yo, y conmigo los demás directores, que deberíamos hacer un esfuerzo para buscar una combinación que nos ponga en actitud de luchar por la materia prima en mano y así la entrega de ese dinero no debemos hacerla sino como un depósito sin interés en manos de los accionistas y a la orden de la Directiva, para atender a cualquiera nueva combinación. Respetuosamente someto a la Junta General las siguientes proposiciones:

Distribúyase entre los accionistas, en proporción al número de sus acciones, la suma de $126.875 en calidad de depósito sin interés y a la orden de la Directiva para cuando ésta vaya a emprender alguna operación en busca de materia prima en terrenos petrolíferos.

Esta es la confesión manifiesta de que el correcto enfoque de un negocio como éste de largo plazo, no era dilapidar la liquidez del momento, sino prepararse para tomar el riesgo de la búsqueda del petróleo nacional, que era lo que, a la postre, significaba la estabilidad necesaria para darle todo el servicio que requería el país.

El 15 de septiembre de 1921, en la Reunión de Accionistas, el gerente afirma nuevamente que las utilidades semestrales ascienden entre 96.000 y 97.000 pesos semestrales y que la norma de la Directiva había sido la de tener una política prudente de repartir dividendos y “formar un fuerte capital de reservas pensando siempre en el país, por medio de combinaciones (podría indicar aquí que también don Diego y sus socios fueron precursores de nuestro Contrato de Asociación) con compañías extranjeras o colombianas”.

Es muy importante recalcar que para la fecha de esta asamblea de accionistas, no sólo la refinería había sido blanco de acusaciones infundadas e investigaciones desde el año de 1917, sino también de decisiones de algunos funcionarios del Gobierno que revocaron una resolución emitida el 17 de enero de 1921, que ratificaba, tal y como se había liquidado desde su fundación, que la contribución obligatoria de la Oil Refininig Co. era del 5 por ciento de sus utilidades. La resolución del 27 de julio de 1921 revoca la mencionada anteriormente y declara que la contribución o participación a la Nación debe ser liquidada con base en los ingresos brutos. Tamaño exabrupto colocaba en posición de quiebra a la refinería, por lo que ésta pone en cabeza de su apoderado, el doctor Pedro Carreño, y como vocero al doctor Benjamín Martínez Capella, que demanden ante la Corte Suprema de Justicia la nulidad de la última resolución.

En la misma Asamblea de septiembre de 1921, el doctor Martínez Camargo informa sobre la negativa definitiva de la Tropical Oil Co. y la Standard Oil Co. para hacer arreglos con la Cartagena Oil Refinery Co., y recuerda que la primera de ellas está montando una gran refinería en Barrancabermeja, la cual, se cree, iniciaría operaciones en dos meses, y en forma clara y sincera añade que al no tener la refinería de Cartagena materia prima del país, no podía pensar en competir y ni siquiera en subsistir. “Tan pronto como comience la producción de la Tropical debemos proceder a liquidar la Compañía. Si esa producción nos coge con una fuerte existencia sufriríamos una sensible pérdida. En estas difíciles circunstancias toca a ustedes disponer qué deben hacer las directivas en el interés común de los asociados”.

Sin duda, en este informe se refleja la amargura de la Directiva de la refinería al ver que el entorno se desvanecía, no sólo por la vergonzosa persecución de algunos funcionarios del Gobierno, sino también porque la dueña y ama en ese momento de la industria del petróleo asfixiaba sin contemplación a un ejemplar y exitoso esfuerzo de empresarios nacionales, y con una conducta del Gobierno tal vez igual a la de un espectador inerte ante una corrida de toros.

La brillante defensa de los doctores Carreño y Martínez Capella (primo este último de don Diego) ante los magistrados de la Sala de Negocios Generales de la Corte Suprema de Justicia y del señor Procurador General de la Nación, el 21 de marzo de 1923, fue clara y contundente y tan es así que la Corte Suprema de Justicia falló, el 30 de julio de 1923, totalmente a favor de la Cartagena Oil Refining Company. Sin embargo esta fue una victoria pírrica porque infortunadamente, en ese momento la refinería de Cartagena estaba siendo demolida.

A pesar de la clausura de la refinería, la mayoría de sus accionistas continuaron participando en la Explotadora de Petróleo, sin cesar en la terquedad de encontrar el precioso mineral.

Con este breve resumen que da parte de la labor desarrollada por estos empresarios del Sinú y de Cartagena, espero haber contribuido en algo para que las futuras generaciones siembren sus convicciones con la tenacidad, el desprendimiento y el coraje de estos precursores.

1 comentario

  • Muy bueno su artículo, me gustó, y ojalá escribas otra historia sobre las empresas fundadas en cartagena y toda la costa en el siglo 19 y 20

    Óscar Pérez

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