II Parte. José Mario Barone y el primer raid Brasil-Argentina-Colombia-New York, en 1927

 

Argentina - Colombia

barone 2

Emprendí de nuevo la ruta con un nuevo mecánico en Buenos Aires: Casimiro Scuderoni. Dirigiéndose hacia el norte desde Buenos Aires, y sin otra cosa que una brújula, un mapa y las respuestas de los del país que lo guiasen, nos encaminamos hacia Bolivia.

A veces el camino estaba despejado y la marcha era fácil; pero la mayor parte del tiempo tenía que luchar con los pantanos y selvas del interior; abriendo en partes el camino a machetazo limpio. Los enmarañados bejucos y lozanos matorrales eran los menos terribles de los enemigos, pues la fiebre nos acechaba por doquier. Yo pude combatirla, pero Scuderoni fue decayendo conforme torcimos rumbo a los Andes.pantano

Deje a Scuderoni en el auto y me interné en la selva, y me encontré una cabaña y una vieja que estaba allí, me dijo: “no haga ruido que vienen los indios que están de fiesta y lo matan”, dudé, pero era salvar el auto o perder la vida. Entré en la cabaña donde se desarrollaba la fiesta, todos allí estaban completamente borrachos y con cabello largo que caía por sus espaldas, de piel color aceitunada y brillosa, aquellos hombres tenían apariencia de bestias, era un ambiente repugnante. Libaban alcohol puro con azúcar, el olor era repugnante. Les ofrecí que les pagaría por sacar mi coche del río, y ellos respondieron: “NO QUEREMOS VER GRINGOS Y SI NO SE VA YA, LE CORTAMOS LA CABEZA” Les insistí pero desataron más insultos. No quedó más camino que la fuerza, saqué mi pistola y la actitud de ellos se calmó, entonces grité: “TODOS FUERA DE LA CABAÑA” “AL QUE SE MUEVA LO ABRAZO” y para mostrar que mis palabras no eran en falso hice un disparo, les mostré el camino del río y les hice ir, la vieja sonreía admirada desde la puerta de la cabaña. La marcha de aquellos hombres era grotesca, no lograban mantenerse en pie. Casimiro cuando me vio llegar con ese grupo de hombres no pudo reprimir su alegría. Cuando entraron al río este les desentumeció y empezaron a moverse con más agilidad. Desde una piedra alta dirigí el trabajo y el auto fue sacado del río. Ordené a los indios que se alejaran sin volver la cara, pero no sin antes pagarles. Luego seguimos nuestro camino.indigenas

Llegamos a Oruro guiados por indígenas, me dirigí enseguida al médico para tratar a mi abatidísimo compañero de la fiebre que tenía, el doctor me aconsejó dejar en el hospital a Casimiro, para que luego él me alcanzara en La Paz. Al día siguiente partí hacia La Paz, distante 200 kilómetros. En el puesto que ocupaba Casimiro iba en una cestita Rio convertido ya en un gato grande. Partí a las 8 a.m. y llegué a las 15 horas a La Paz, allí estaba Red con el señor Lorini, representante de mi marca, venían a darme la bienvenida, acompañados de más de cincuenta automovilistas, magnífica entrada en la capital de Bolivia, urras, aclamaciones y entre la multitud, los abrazos eran vehementes.

Envié a mi amigo Red a recoger a Casimiro en Oruro, en un coche cedido por el señor Lorini, mientras yo me recuperaba del cansancio en La Paz. Luego allí realicé el Salto de la Muerte, la propaganda que hizo Red hizo que asistieran muchas personas. El 12 de agosto cuando estaba listo para continuar mi camino mi amigo Casimiro me informó de su decisión de abandonarme, no logré convencerle. Pasé por Tiquina, Tinguanaco y llegué a Cuzco. Allí el cónsul italiano tuvo para mí toda clase de atenciones, allí en la cena que me ofreció le conté todas mis historias que oyó con admiración, pero me dijo que cruzar la cordillera para llegar a Lima con los medios que yo disponía era imposible, que todos los que lo habían intentado habían fracasado y “si usted lo consigue habrá logrado la mayor proeza de este siglo”. El camino que me esperaba estaba a una altura de 3000 metros sobre el nivel del mar, esto haría muy difícil el funcionamiento de mi carburador.selva

Jose Mario Barone sentado y Ugo Comelli

De Cuzco fui a Abancay, Andahuilas y Puquio, soñaba con abrir caminos que unieran a los hombres por medio de la cultura y comercio. En cinco días logramos avanzar veinte kilómetros por lo duro que era el pedregoso camino, que muchas veces tuvimos que pulir, al fin llegamos a la hacienda Estrella cuyo propietario amigo del cónsul nos acogió, él nos insistió en que abandonáramos este proyecto, pero mi resolución de continuar le hizo comprender. El jueves 23 seguí mi ruta acompañado de treinta indios, al día siguiente telegrafié al gobernador para que me escoltaran. Cautelosamente, seguimos nuestra marcha a dos kilómetros por hora. Con todas las fuerzas del auto y tirado por bueyes, nos dirigíamos montaña arriba, por un descuido del indio al dejar de hostigar a los bueyes gritando fuerte, mi coche se fue para atrás y en un abrir y cerrar de ojos me fui al fondo de un abismo, el auto dio vuelta campana quedando invertido, yo me encontré de bruces en el suelo, prisionero entre el asiento y el volante, cuando pasó el aturdimiento empecé con desespero a llamar al indio, decidí golpear la puerta hasta hacerla ceder, Salí, y quedé asombrado porque el indio había desaparecido.indios

Puse mi mano en la cabeza y esta manaba sangre, vi los bueyes inertes amarrados a las cuerdas, el depósito de bencina se rompió, los faros se aplastaron, la resistencia de la capota me salvó. Grité y grité buscando al indio. Me dirigí al pueblo más cercano con mis documentos y mi gato en la mochila.

Improvisadamente como en un sueño, me encontré al lado de una casa, que resultó ser el comando de policía, mi aspecto daba lástima, después de ofrecerme una silla, me condujeron a una cantina, cuando me vieron entrar los presentes me miraban con estupor, de mis manos y rodillas salía sangre de entre la carne viva, mi ropa destrozada y chorreando agua, mi cara llena de pelo, los presentes se apiadaron de mí, me ofrecieron café, después de lavar mis heridas con sal y agua y alcohol, me quedé profundamente dormido. En la mañana siguiente el sargento de la policía me ofreció una brigada de hombres para rescatar mi auto, cuando regresé al auto reflexioné “me salvé por un milagro, de una muerte segura”. Con la ayuda de indios y policías volteamos el automóvil, y después de tres horas logramos sacar el coche del abismo, a las nueve de la noche entramos en mi coche a la pequeña población, el público irrumpía con vítores y aclamaciones. El sargento Luna quiso que fuese su huésped mientras reparaba el vehículo, en su casa me alimenté opíparamente, sané mis heridas. Luego de recuperarme acompañado por 30 indios y dos soldados, mi coche roncaba de nuevo dispuesto a vencer el camino que me separaba de Lima.bolivia

Con la ayuda de indios y cuerdas seguí mi camino, en las noches, los indios se disponían a dormir, iban con nosotros mujeres indígenas que preparaban los alimentos, “con la misma indiferencia sexual que caracteriza a las bestias, los indios expelían un olor que al principio no podía aguantar, pero me fui acostumbrando sin darme cuenta”. Día por día les pagaba sus jornales y les daba hoja de coca, un día que no les di coca desertaron dos. Siete días luego de luchar con aquellas montañas llegamos a la hacienda Coripacha, allí descansé 24 horas. Reanudé el raid dispuesto a sortear los cien kilómetros que nos separaban de Puquio, no hay que olvidar que allí estaba a 6.000 metros sobre el nivel del mar. Los obstáculos encontrados eran capaces de desvanecer mi esperanza y mi optimismo. Cuando me encontré con la primera montaña sentí que mi fe se derrumbaba, era altísima, imponente, dije entonces “¡ADELANTE!”, para mostrar que mi pulso no temblaba.

Durante las noches me despertaba con sobresaltos causados por las escenas de los días anteriores y la fiebre malaria se ensañó en mí. Camino de Huencacocha me tocó quemar los asientos traseros de mi coche para brindar calor a los indios que iban conmigo, además de maíz frito y algún puñado de hojas de coca. Al día siguiente se acabó la bencina, entonces sustituimos la potencia del motor por los brazos de los indios, de no ser por los soldados que me acompañaban y mis armas, me habrían dado un mal rato. Estábamos sin bencina y sin comida, hasta que nos encontramos un rebaño de cabras, esa noche tuvimos tremendo festín. Llegamos finalmente a Puquio y don Cirilo Moscoso del touring club Peruano nos acogió en su casa, despedí a soldados e indios pagando espléndidamente y agradeciendo a los soldados por su ayuda. Allí en casa del señor Moscoso me aplicaron una inyección de 914, para la malaria.camino

Descendí desde los 6.800 metros de altura y vi el cóndor de los Andes y puede ver por primera vez el océano pacífico. Telegrafié a Lima anunciando mi llegada en dos días. La fiebre no me abandonaba y esto hacía pesado el camino, por fin por pavimentada vía llegue a Lima, una multitud salió a recibirme, me encontré con Red, nos abrazamos. Mi aspecto estaba en conjunto con el auto que estéticamente era un desastre. Tenía el cuerpo adolorido, maltrecho y me consumía la fiebre, pasé una noche espantosa, me hospitalizaron por 23 días, cuando mi salud no ofrecía peligro mi amigo Red me anunció la muerte de Casimiro Scuderoni, un nuevo ataque de fiebre le mató. Estando en Lima un joven italiano se me ofreció como mecánico, se trataba de Eugenio Orcesi, me agradó y le contraté. Pasamos la navidad en Lima y el 8 de enero partimos hacia el norte a los desiertos de Casma y Piura. Avanzábamos a 2 kms del mar pacífico, pero el sol del desierto convirtió el auto en un baño turco, cuando bajábamos a remover la arena de las ruedas nuestros pies se quemaban, el piso parecía de fuego, entonces decidimos viajar de noche. La segunda noche de marcha se nos averió el diferencial. Tuvimos que emprender a pie la búsqueda del repuesto. Luego de estar tres días perdidos en el desierto casi a punto de morir, unos pescadores nos salvaron, dándonos bebidas, comida y café con aguardiente. Logramos con la ayuda de un norteamericano regresar al auto a caballo y cambiar la pieza. Ya de nuevo en marcha y con la ayuda de los americanos de la empresa minera cruzamos el desierto y llegamos hasta la frontera con el Ecuador.

scuderoni y barone

Jose Mario Barone con Casimiro Scuderoni en Bolivia

A veces eran tantas las reparaciones por hacerle al coche que no sabíamos por dónde empezar. En Guayaquil de nuevo la fiebre me acompañó. Era época de lluvias y los ríos estaban en su mayor parte desbordados. Eugenio se enfermó también y lo hospitalicé en la Misión de don Bosco, con la ayuda del padre Crespi. Avancé varios días con la ayuda de un chofer peruano, los indios estaban de carnaval. De nuevo Eugenio se me unió y seguimos el camino. Estábamos en unas montañas cuando oí que Eugenio me gritaba. Salí a buscarle, pero los gritos de Eugenio callaron, al rato volví a oír los gritos de Eugenio. Seguí buscándolo y lo encontré hundiéndose en la arena movediza, Eugenio se hallaba a cinco metros de distancia, no tenía cómo sacarlo, como pude, con la ayuda de un indio corté un árbol y lo lancé adonde estaba Eugenio, en esas el indio desapareció y me monté sobre el árbol; alcancé a Eugenio y le tomé con todas mis fuerzas y le subí al árbol, salvando su vida. De Guayaquil a Guaranda llegamos el día 3 de mayo, esta ciudad era a mitad del camino de Guayaquil a Quito, tardamos 77 días en llegar, mientras que la otra mitad la recorrimos en 3 días.auto

Llegué a Cotopaxi y me apliqué una inyección de quinina para la fiebre malaria, allí Red me programó un nuevo salto de la muerte. El 30 de mayo abandoné Quito, después de amables atenciones del sr Presidente Dr. Isidro Ayora.

De Quito salimos hacia Ibarra, y luego hacia Tulcán en Colombia. En la frontera fuimos parados y obligados a vaciar todo el auto, nos tomaban por contrabandistas, después nos devolvieron las pistolas, el fusil y todo lo que llevábamos, reemprendimos el viaje hacia Pasto, por Ipiales.

En Pasto, luego del regular descanso, realizamos en la plaza de mercado un salto de la muerte, que de antemano anunció nuestro amigo Red. Los balcones, azoteas y ventanas que circundaban la plaza hicieron que nuestra taquilla quedara en casi ceros.

Salimos hacia Cali, en cuya población Red me había reservado para realizar allí otro salto de la muerte, pero las autoridades no dejaron efectuarlo ya que días antes el italiano Pucciarani había perdido la vida, entonces el 22 de junio cambiamos de rumbo y nos dirigimos hacia Barbacoas. Camino hacia Buenaventura nos encontramos con el ítalo peruano y con Alejandro de la Torre, quienes nos pidieron que les lleváramos a Buenaventura. Seguimos por la carretera de Ipiales a Altaquer en tiempo lluvioso.

Dejar un comentario

Nombre .
.
Mensaje .

Por favor tenga en cuenta que los comentarios deben ser aprobados antes de ser publicados