I Parte. José Mario Barone y el primer raid Brasil-Argentina-Colombia-New York, en 1927

A DENTELLADAS Y MACHETAZOS
primera parte

 A Dentelladas y Machetazos

Con su sensacional salto de la muerte y sus triunfos en diferentes carreras, José Mario Barone se hizo famoso en España, Uruguay y Argentina. Nacido en 1893 en Italia, en el seno de una familia aristocrática, siendo un joven cabo, fue enviado a la guerra en Libia como automovilista en 1911. Luego participó en el frente italiano en la primera guerra mundial, donde abandona las trincheras para dedicarse a la aviación, piloteando intrépidamente su aeroplano.

Por su atrevimiento como aviador, resulta gravemente herido. Se recupera en el hospital y vuelve al frente de batalla, para ser herido de nuevo, por lo cual termina la guerra convaleciente. Luego, al perder su ser más querido (su madre), se dedica a recorrer Europa y luego hace un raid para atravesar las tres Américas en un testimonio de calidad, fuerza, tenacidad e inteligencia. Fue amante de la aventura, apasionado de la velocidad, valiente y decidido.

En Buenos Aires, Argentina, fue campeón de motociclismo, pero su interés por el automovilismo era superior.

Su logosímbolo era una calavera con dos tibias cruzadas sobre un corazón, y su frase: ¨Mi corazón está siempre en manos de la muerte¨.

En su obra, José Mario Barone narra en primera persona las experiencias de su travesía:

No sé a ciencia cierta cómo nació en mí la idea de emprender un raid por las tres Américas. En un principio no le di importancia a lo que todos llamaban una temeridad. Sabía que algunos lo habían intentado pero no lo habían logrado. La excesiva confianza en mis propias fuerzas y una fe sin límites fueron definitivas para emprender el viaje. Había comentarios de todo tipo, decían que era una locura, por no existir caminos para recorrer. Decían que llegaría en pocos meses a New York y otros decían que no llegaría ni a la Argentina.

Tenía confianza en mi viejo automóvil, un Studebaker Light Six modelo 1922, que había comprado en Barcelona, el cual antes de partir contaba ya con 120.000 kilómetros de uso. En el viaje me acompañaría mi mecánico Ugo Comelli, al cual le ofrecí la plaza de secretario y operador cinematográfico, lo cual aceptó de inmediato. Mi amigo Red organizaría varias exhibiciones acrobáticas para financiar el viaje.

ruta

El día 22 de enero de 1927 partimos, en Rio de Janeiro, de la avenida de Rio Branco. La salida estaba atestada de público. Nos acompañó el presidente Smith y los cónsules americanos e italianos y unos 5.000 automóviles acompañaron a las 6:30 a. m. la salida, prestándonos escolta de honor en los primeros kilómetros. Siempre recordaré emocionado esta salida. Mi Studebaker fue llenado de botellas de champaña marcadas raid Rio de Janeiro - New York, y no contentos con esto, mis amigos vaciaron el agua de mi radiador y la llenaron de champaña. El entusiasmo de la despedida creó en mí un compromiso con el que me sentía obligado a llegar vivo o muerto a la meta.

Partí siempre confiado en la ayuda de Dios y en las bendiciones de mi adorada madre.

Rio de Janeiro a Sao Paulo

Desde que partí siempre consideré que tenía 99% de posibilidades de éxito, y solo el 1% de fracaso, que era la muerte.

En la probabilidad de averías no tenía temores, porque estaba seguro de reparar la que se presentara.

De mi resistencia física, las guerras y acrobacias me habían dado la resistencia física y moral, para no sentir nerviosismo del peligro, y repetía que solo la muerte interrumpiría su marcha. A pesar del mal estado del camino llegamos a Sao Paulo a las 5 p. m., batiendo el récord para ese recorrido en dos horas menos. Esa noche las autoridades de Sao Paulo celebraron mi triunfo con un banquete al que asistieron 500 personas.

San Paolo - Curitiba

El recorrido sería de 250 kilómetros pero por lo pésimo del camino tardé 16 horas. Tercera etapa Curitiba - Ponta Grossa, recorrido de 130 kilómetros. Este recorrido duró toda la jornada por fangosos caminos, allí aprendí que debía aprovisionarme de cadenas fuertes para las llantas.studebaker 1922

Ponta Grossa a Blumenau

Recorrido de 120 kilómetros, empleé dos días.

El auto se deslizaba como andando sobre jabón, allí. Nos sorprendió la noche en medio de la selva y para protegernos de las terribles fieras y de las serpientes instalamos un gran toldo que nos dio extraordinario resultado, al fin y de noche llegamos a Blumenau, la gente era admirada de ver llegar un automóvil, donde incluso el tránsito a caballo era casi que imposible. Ugo y yo, satisfechos por haber realizado tan dura prueba, nos acostamos luego de remover la enorme capa de barro.

Llevábamos 40 kilómetros cuando una patrulla de brasileños nos ordenó alto, con sus fusiles. Nos decomisaron las armas, fuimos detenidos y llevados por los revolucionarios a un campamento, se desarrollaba en Brasil una guerra entre revolucionarios y legalistas. Allí también nos decomisaron la máquina cinematográfica y los 200 m de film y nos exigieron transportar en el auto armamento a una larga distancia de allí. Nos revelamos, pero su amenaza de colaborar o morir, no dejó alternativa. Al día siguiente teníamos nuestro auto cargado de municiones y quedamos convertidos en revolucionarios. En aquel terrible recorrido oímos un rumor lejano que nos hizo esconder en el espesísimo bosque el auto, pasaron los soldados a poquísimos metros de nosotros, luego lentamente se fueron alejando de modo martirizante.

Llegamos a la orilla de un río y los rebeldes nos obligaron a meter el auto al río, el cual al estar cargado de munición se hundió en la mitad del lecho del río. Imaginándome lo peor, atravesé a nado el río, en búsqueda del general rebelde, quien me recibió muy amable, me abrazó y me dijo que me había ganado la libertad mía y la de mi amigo, pero que ahora no podía atenderme porque empezaba una escaramuza con el ejército oficial.ruta y ejercito

Decidí regresar al auto en medio del río y desde allí, en lugar neutral, ver el silbido de las balas de un lado al otro. A la media hora se acabó el tiroteo, ya en plena noche nos quedamos dormidos en el auto en medio del río, sin preocuparnos por el agua que nos rodeaba, estábamos exhaustos.

Al día siguiente el general dispuso de 12 hombres y sus caballos para desencharcar mi Studebaker. Con su ayuda lo logramos, remonté el magneto, probé el motor y cuando vi que roncaba, sin prestar atención al agua que pudiese entrar por el cárter, me alejé a todo gas. Más adelante paré y limpié el carburador y el motor del agua.

Luego de dos horas de camino nos encontramos con indios. Nosotros estábamos barbados y enfangados totalmente, tanto que los indios al lado nuestro parecían gentlemans, teníamos un hambre terrible y el auto no tenía aceite. Los indios nos dieron gallina, y la grasa que guardaban de los cerdos y que usaban para cocinar las gallinas, la usamos para echársela al motor. La nueva grasa aunque dejaba recalentar mucho el motor y esparcía un olor nauseabundo, nos ayudó a salir del trance. En una hacienda del Sr. Cristóbal nos abastecimos de aceite y bencina, charlamos, cenamos opíparamente y descansamos aquella noche, para emprender al día siguiente camino a Florianópolis. Luego de doce horas de camino llegamos a Florianópolis. Una vez allí nos advirtieron que el camino de 40 kilómetros era intransitable, excepto si llevábamos la ayuda de unos 30 hombres.

Me indicaron una cantina donde llegué e invité a los presentes a beber! cerveza para todos! Habían allí gente de China, Rusia, negros, alemanes, portugueses, franceses, norteamericanos, etc., todos mal vestidos y al parecer poco escrupulosos. Les propuse pago de cinco dólares día y conseguí 25 ayudantes.

Estando dormidos, fuimos despertados por el ruido de disparos, eran de nuevo los rebeldes, que se llevaron mi billetera y mis 400 dólares, a las seis de la mañana partimos para el interior del país sin un céntimo en el bolsillo. El camino era excelente, cuando la sed nos mortificó paramos en un casa, y pedimos agua, nos dieron un agua grasienta y mal oliente, y el joven que nos la ofreció dijo en tono fuerte “Si no le gusta arrójela”. La impertinencia de aquel comentario me encolerizó y se la tiré en la cara, acometiéndome el hombre lo recibí con la caricia de mis puños y el suelo acogió a su formidable humanidad.barone y su studebaker 1922

Pasamos por un poblado llamado Muller, habitado por alemanes, por pena no quisimos entrar, más adelante oímos las notas del FOX-TROT. Nuestros famélicos estómagos estaban desesperados, me acerqué y vi que la gente comía. Revisé mi indumentaria, no estaba presentable, me afeité, cambié mi camisa, le pedí a Ugo prestados los pantalones, mi aspecto mejoró, Ugo se quedó escondido a medio vestir. Entré a la sala de baile con naturalidad y juntándome con los concurrentes junto a una mesa al lado de la que se agrupaba una familia. Observé una linda joven que forma parte de la familia y aproveché el comienzo de un tango para invitarla a bailar y después de vacilar accedió a mis deseos. La fortuna de saber bailar aumentó la admiración sobre mí y aproveché el baile para dirigir unas palabras galantes a la señorita. Escogí asiento de nuevo en la mesa cercana a la ventana que daba al bosque, pedí al camarero de comer y me ofreció sándwiches, pedí cuatro, me acordé de Ugo quien esperaba mi auxilio. Cuando nadie me miraba le arrojé a Ugo 4 sándwiches. Ugo dijo “Mama mía. Mana del cielo!”. No veía como hacerle llegar la cerveza a Ugo, entonces le pedí la manguera de la bencina y por allí sin que la gente se diera cuenta le eché la cerveza, que Ugo abajo tomaba golosamente. Cuando había comido una docena de sándwiches y otras tantas cervezas, encendí un cigarrillo, y desde el balcón en un descuido le dije a Ugo que se fuera a dormir, mientras yo veía la forma de librarme de la cuenta. Me acerqué a la mesa de la agasajada joven para que los meseros observaran que yo era invitado, luego cuando todos salieron me entregaron la cuenta, yo manifesté que el sr Luofeer se molestaría si yo pagaba, ya que era su invitado especial, y le manifesté al propietario del restaurante que si el sr Luofeer no cancelaba al día siguiente yo pagaría la cuenta, muy gustoso. Bajé al auto, desperté a Ugo y el buen camino nos permitió huir a buena velocidad, para comentar jocosamente nuestro ardid, imaginándonos la cara del señor Loufeer una vez le presentaran la cuenta.

Llegamos a Arangua y desde allí telegrafiamos pidiendo fondos a Sao Paulo. Los que llegaron días después. El gobernador nos recomendó irnos por la playa bordeando el mar y el único obstáculo era cruzar un río, el gobernador telegrafió al barquero para que nos ayudara a cruzar el río. Sobre la playa logramos fenomenales velocidades en la arena.

Llegamos finalmente al río y buscamos al barquero, el cual andaba bebiendo en una cantina, cuando entramos oímos una voz aguardientosa que decía “este telegrama dice que deben pasar con mi barca dos gringos y un automóvil, iré a buscarles luego y si no me pagan 300 dólares no los paso”. Ya en la cantina, nos acercamos al barquero luego de oírlo, y los que llenaban la cantina se pusieron furiosos contra nosotros, el barquero dijo que el telegrama le importaba un bledo, en mi condición en que me encontraba, pensé en darle una lección de astucia. Y le dije que una vez que me pasara al otro lado del río le pagaría los 300 dólares, una vez al otro lado, nos negamos a pagarle, él comenzó a insultarme en fuerte tono, yo le di un puño que lo tiró al suelo, llegó la policía y le expusimos el telegrama, se llevaron al barquero detenido y nosotros fuimos objeto de muy buenas atenciones, al día siguiente llegamos a Porto Alegre.

Porto Alegre - Montevideo

Camino hacia Porto Alegre, nos pararon de nuevo los revolucionarios y nos llevaron detenidos, allí nos robaron de nuevo el dinero, las armas y la ropa, nos llevaron donde un general desnudos, el cual nos dijo que cogiéramos el auto y nos alejáramos rápido de allí. Salí corriendo desnudo, olvidando todo y llegamos a Taquara do Mundo Novo. Sin dinero ni pantalones no podíamos entrar en la ciudad, en las proximidades de Gravatahy, nos encontramos con un coche que venía en dirección contraria, era el agente de la Studebaker en esa población que salió a buscarnos, alarmado por los peligros de la región, después de abrazarnos nos pidió que esperáramos una hora mientras él traía ropa para nosotros. A la llegada nos acompañó una caravana de 50 vehículos que nos prestó escolta de honor, la noticia de nuestra llegada entusiasmó tanto a la gente que casi no podíamos avanzar por el gentío que rodeaba nuestra llegada. Llegar desde Rio en automóvil era una hazaña y más hacerlo en plena guerra civil. En la agencia de Studebaker en Porto Alegre nos prodigaban de aclamaciones, el entusiasmo del público y los anfitriones nos hizo olvidar de las duras jornadas.

Nuestra entrada a Montevideo fue triunfal, los automovilistas sonaban sus bocinas en un ruido ensordecedor. Nos recibieron gran cantidad de curiosos. Emocionados llegamos a la agencia de Studebaker y quedamos allí bloqueados dos horas por el público que nos aplaudía sin cesar. Luego fuimos al hotel donde periodistas y fotógrafos fueron a visitarnos. Realicé al día siguiente el salto de la muerte y lo recogido lo doné a beneficio de los niños pobres. La entidad benéfica me donó una medalla de oro que lució durante todo el viaje en el “tablier” del automóvil. A los cuatro días reemprendimos el viaje con dirección a Rosario.barone

JOSE MARIO BARONE

Rosario - Buenos Aires

Mi nombre era ya conocidísimo en Buenos Aires, ya que había realizado varias carreras automovilísticas y emocionantes saltos de la muerte. Mi amigo Red, ya había preparado mi llegada y fue así como me dieron la bienvenida miles de aficionados. A la llegada guardias motoristas nos ofrecieron protección, pero tuvieron que declararse impotentes ante la confusión indescriptible, jamás mi posición de conductor fue puesta a prueba como en aquellos instantes. Quedé admirado y emocionado, aquella noche nos esperaba una cena a nuestro honor con tres mil comensales quienes al descorchar el champán me obsequiaron una medalla de oro acuñada para la ocasión. En Buenos Aires aprovechamos para reparar detalladamente la máquina, dejándola como nueva. Repusimos neumáticos, bencina, aceite, tener reservas y dinero, pero para obtener este último encontramos una excelente oportunidad y era participar en la carrera “FLORENCIA - MAR DEL PLATA”.

Era una mañana de abril, se inscribieron 73 vehículos, el mío recibió el número 22. A la salida inicié tan veloz que el polvo me impedía ver el público. Antes del primer control corrían solo 7 autos delante de nosotros, en el segundo control solo nos precedía un coche que nos llevaba media hora de ventaja, esto me animó mucho, y como el coche respondía muy bien me lancé a toda velocidad y vino la catástrofe. Vimos una nube de polvo y el auto adversario que debíamos alcanzar, el auto se atravesó en el camino como para no dejarnos pasar, sobrevino entonces un tremendo choque con tal violencia que Ugo fue despedido a unos metros del automóvil, frené rápidamente y vi que tenía algunos rasguños y aporreones pero nada que me causara alarma. Él recuperó el sentido y me dijo: “Mario, no es nada, seguí, déjame aquí y continua la carrera”. No le hice caso, lo tomé y llevé al hospital más cercano en Dolores. El médico que nos recibió dijo que las heridas no revestían peligro. Entonces dejé a Ugo allí y retomé la carrera y en esta etapa que clasifiqué tercero. Al día siguiente en el segundo control un juez me informó que mi amigo Ugo había muerto, arranqué furioso a continuar con la carrera y llegué victorioso a la meta y al bajarme del auto perdí la razón y caí al suelo, pero al otro día los jueces me dieron el tercer puesto, me indigné furioso, hubiera preferido estar llorando al lado de mi amigo Ugo.

 

 

 

2 comentarios

  • el es mi abuelo

    Gabriela Castellanos Barone
  • Hola que tal, primero con el gusto de saludarles. Aprovecho este medio para ponerme en contacto con ustedes ya que yo soy bisnieto de Jose Mario Barone, me gustaría conocer mas datos de el, tal como su fecha y lugar de nacimiento, si aun tiene familia en Italia y por supuesto conocer un poco mas de esta maravillosa historia.
    Saludos cordiales

    Diego

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